Portada del Ensayo
Yungay Noticias.
Siento interrumpir durante unos días mi propósito de escribir la serie ya iniciada sobre la metodología empleada en el estudio de los textos del Nuevo Testamento, y la razón es que me acaban de llegar a casa varios ejemplares de un curioso libro, que paso a describir, y sobre el que deseo hacer algún comentario, aunque fuera de una reseña estricta.
En efecto, hace más o menos de dos semanas ha aparecido en el mercado un libro titulado “Los papas y el sexo” (publicado por Espasa Libros, Madrid 2010), del que es autor mi amigo desde hace muchos años el periodista Eric Frattini. Dado el tenor de lo que aquí se reseña, y como ya presumen los lectores, no voy a hacer crítica alguna, en estricto sentido, de este volumen porque su temática sobrepasa totalmente los límites de este blog. Pero sí quiero llamar la atención sobre su problemática, sobre todo porque a mí, como amigo del autor, se me pidió un prólogo para el libro, que redacté con gusto.
He pedido permiso a Eric Frattini para reproducir en este blog el "Prólogo" que escribí para “los Papas y el sexo”, porque creo que puede ayudar un poco a comprender la cuestión de las relaciones entre el sexo y el cristianismo a lo largo de la historia y la problemática conexa con el tema, tan debatida hoy día, del celibato de los sacerdotes. Divido, pues, el prólogo en partes –espero- inteligibles por sí mismas y lo pongo a disposición de los lectores. Luego seguiremos con nuestro tema del "método de estudio del Nuevo Testamento":
A lo largo de la historia el cristianismo ha ido construyendo un imponente edificio intelectual -se ha definido como una “catedral del pensamiento humano”- en el que se han acomodado las piezas de una profunda reflexión teológica que ha ocupado las mentes de preclaros pensadores. Ese bello e imponente edificio es la teología cristiana. Dentro de esta enorme construcción ocupan lugares preponderantes la cristología, es decir, la ciencia sobre Jesús como “cristo” o mesías, la eclesiología, o ciencia sobre cómo es la iglesia, la doctrina de la salvación o soteriología, más otras reflexiones sobre los “Primeros principios”, en los que la doctrina sobre la Trinidad destaca con luz propia. Sin duda también la ética, o “moral”, el modo de comportarse respecto al prójimo y a sí mismo, ocupa un puesto notable en este edificio intelectual, pero secundario porque en este terreno el cristianismo es menos original que en otros ámbitos.
Por ello, a muchos investigadores ha llamado la atención cómo de hecho en la vida de la Iglesia cristiana ha podido ocupar el tema de la sexualidad puesto tan relevante, y en concreto la canalización de esa sexualidad por límites muy estrechos, y en muchos casos por los senderos de la represión sin más. Muchos cristianos de hoy día se han quejado de que en la vida práctica de la Iglesia ocupa el “sexto mandamiento” un puesto en exceso señalado, habiendo cosas mucho más importantes en el ideario cristiano que quedan relegadas a un segundo plano.
Y llama más la atención aún este hecho en cuanto que el cristianismo afirma ser heredero directo de la religión judía, o que la Iglesia cristiana se proclamó desde sus orígenes el verdadero Israel. Pues bien, el judaísmo ha sido desde siempre una religión poco preocupada por la vida de ultratumba -apenas tiene descripciones del cielo o del infierno, pues no le gusta divagar sobre estos temas-, y mucho sobre el modo de vivir en el presente terreno del ser humano. El judaísmo es esencialmente una religión que piensa sobre todo en esta vida terrena. En el judaísmo no se percibe ninguna animadversión fundamental contra el mundo, la materia, y el sexo. “Y vio Dios que todo era bueno”, proclama el texto del libro del Génesis, después de cada uno de los días del creación.
Consecuentemente el judaísmo ha tenido desde siempre un aprecio positivo por el sexo, naturalmente dentro del matrimonio y de la familia, queridas por Dios, de nuevo según el Génesis, como instituciones básicas de la vida humana. El sexto mandamiento, “No cometerás adulterio” (en la formulación de Deuteronomio 5,18), tuvo en principio muy poco que ver con el sexo, sino con la propiedad de los bienes y la justicia (la mujer más como propiedad que como persona).
No pensaba el legislador judío –ni mucho menos, pues le traía probablemente sin cuidado- en materia de placer impuro cuando prohibía la fornicación con mujer ajena, sino la ruptura del ámbito de la propiedad, pues la esposa era, en aquellos tiempos, mera propiedad del marido. Lo mismo se puede decir de la prohibición del onanismo (Génesis 38,9), que tampoco tenía que ver con un ejercicio desviado del sexo, sino con las leyes y conveniencias sociales de la herencia dentro del marco de la organización tribal judía.
Por tanto, insisto en que no hay en absoluto en el judaísmo ningún rechazo al sexo. Incluso es bastante permisivo (sólo par los varones, no para las mujeres) de la práctica del sexo fuera del matrimonio de un hombre casado con mujer no casada. Es conocido por todos los que estudian el siglo I de nuestra era cómo uno de los argumentos en pro del estado civil de Jesús como casado es el siguiente: que siendo éste un “rabino” debía por ello estar unido en matrimonio, pues –se suele decir- el judaísmo no podía concebir ya en el siglo I de nuestra era que un maestro de la religión judía no llegara al estado de plenitud del ser humano que es la vida en pareja. Dios dispuso finalmente que el hombre alcanzara su integridad social y psicológica no en solitario, sino en compañía (dicho entre paréntesis: argumento, por cierto, que vale muy poco o nada, como he expuesto en "Jesús y las mujeres").
También es conocido que el judaísmo pensaba y piensa que una de las formas de glorificar a Dios durante el descanso sabático es la práctica gozosa del sexo dentro del matrimonio precisamente ese día, y en honor a la fiesta y a Dios, que la ha establecido.
Existe una deliciosa historia de rabinos en la se narra lo siguiente: uno de ellos vivía en una casa comunal con patio, una suerte de “corrala” de vecinos. Se cuenta que el rabino practicaba el sexo con su mujer en sábado, como se aconsejaba. Pero como era muy supersticioso y creía que el acto conyugal era aprovechado por los demonios para posesionarse del cuerpo de las mujeres introduciéndose en ellas por medio de la abertura natural, cada vez que llegaba el día de fiesta hacía sonar fuerte y repetidamente, por toda la corrala, un cencerro de metal. Era tradición que el metal y su tañido –creencia recogida en el Testamento de Salomón- ahuyentaban a los diablos. “Ya está el rabino disponiéndose a acostarse con su mujer”, comentaban los vecinos.
El rabino no tenía la menor vergüenza en torno al ejercicio del sexo legítimo y publicaba a los cuatro vientos que iba a yacer con su esposa. Creo que tal anécdota sería impensable en el cristianismo. Ese reconocimiento público del sexo sería visto al menos como muy raro por la mayoría de los cristianos.
Seguiremos en la próxima postal
En efecto, hace más o menos de dos semanas ha aparecido en el mercado un libro titulado “Los papas y el sexo” (publicado por Espasa Libros, Madrid 2010), del que es autor mi amigo desde hace muchos años el periodista Eric Frattini. Dado el tenor de lo que aquí se reseña, y como ya presumen los lectores, no voy a hacer crítica alguna, en estricto sentido, de este volumen porque su temática sobrepasa totalmente los límites de este blog. Pero sí quiero llamar la atención sobre su problemática, sobre todo porque a mí, como amigo del autor, se me pidió un prólogo para el libro, que redacté con gusto.
He pedido permiso a Eric Frattini para reproducir en este blog el "Prólogo" que escribí para “los Papas y el sexo”, porque creo que puede ayudar un poco a comprender la cuestión de las relaciones entre el sexo y el cristianismo a lo largo de la historia y la problemática conexa con el tema, tan debatida hoy día, del celibato de los sacerdotes. Divido, pues, el prólogo en partes –espero- inteligibles por sí mismas y lo pongo a disposición de los lectores. Luego seguiremos con nuestro tema del "método de estudio del Nuevo Testamento":
A lo largo de la historia el cristianismo ha ido construyendo un imponente edificio intelectual -se ha definido como una “catedral del pensamiento humano”- en el que se han acomodado las piezas de una profunda reflexión teológica que ha ocupado las mentes de preclaros pensadores. Ese bello e imponente edificio es la teología cristiana. Dentro de esta enorme construcción ocupan lugares preponderantes la cristología, es decir, la ciencia sobre Jesús como “cristo” o mesías, la eclesiología, o ciencia sobre cómo es la iglesia, la doctrina de la salvación o soteriología, más otras reflexiones sobre los “Primeros principios”, en los que la doctrina sobre la Trinidad destaca con luz propia. Sin duda también la ética, o “moral”, el modo de comportarse respecto al prójimo y a sí mismo, ocupa un puesto notable en este edificio intelectual, pero secundario porque en este terreno el cristianismo es menos original que en otros ámbitos.
Por ello, a muchos investigadores ha llamado la atención cómo de hecho en la vida de la Iglesia cristiana ha podido ocupar el tema de la sexualidad puesto tan relevante, y en concreto la canalización de esa sexualidad por límites muy estrechos, y en muchos casos por los senderos de la represión sin más. Muchos cristianos de hoy día se han quejado de que en la vida práctica de la Iglesia ocupa el “sexto mandamiento” un puesto en exceso señalado, habiendo cosas mucho más importantes en el ideario cristiano que quedan relegadas a un segundo plano.
Y llama más la atención aún este hecho en cuanto que el cristianismo afirma ser heredero directo de la religión judía, o que la Iglesia cristiana se proclamó desde sus orígenes el verdadero Israel. Pues bien, el judaísmo ha sido desde siempre una religión poco preocupada por la vida de ultratumba -apenas tiene descripciones del cielo o del infierno, pues no le gusta divagar sobre estos temas-, y mucho sobre el modo de vivir en el presente terreno del ser humano. El judaísmo es esencialmente una religión que piensa sobre todo en esta vida terrena. En el judaísmo no se percibe ninguna animadversión fundamental contra el mundo, la materia, y el sexo. “Y vio Dios que todo era bueno”, proclama el texto del libro del Génesis, después de cada uno de los días del creación.
Consecuentemente el judaísmo ha tenido desde siempre un aprecio positivo por el sexo, naturalmente dentro del matrimonio y de la familia, queridas por Dios, de nuevo según el Génesis, como instituciones básicas de la vida humana. El sexto mandamiento, “No cometerás adulterio” (en la formulación de Deuteronomio 5,18), tuvo en principio muy poco que ver con el sexo, sino con la propiedad de los bienes y la justicia (la mujer más como propiedad que como persona).
No pensaba el legislador judío –ni mucho menos, pues le traía probablemente sin cuidado- en materia de placer impuro cuando prohibía la fornicación con mujer ajena, sino la ruptura del ámbito de la propiedad, pues la esposa era, en aquellos tiempos, mera propiedad del marido. Lo mismo se puede decir de la prohibición del onanismo (Génesis 38,9), que tampoco tenía que ver con un ejercicio desviado del sexo, sino con las leyes y conveniencias sociales de la herencia dentro del marco de la organización tribal judía.
Por tanto, insisto en que no hay en absoluto en el judaísmo ningún rechazo al sexo. Incluso es bastante permisivo (sólo par los varones, no para las mujeres) de la práctica del sexo fuera del matrimonio de un hombre casado con mujer no casada. Es conocido por todos los que estudian el siglo I de nuestra era cómo uno de los argumentos en pro del estado civil de Jesús como casado es el siguiente: que siendo éste un “rabino” debía por ello estar unido en matrimonio, pues –se suele decir- el judaísmo no podía concebir ya en el siglo I de nuestra era que un maestro de la religión judía no llegara al estado de plenitud del ser humano que es la vida en pareja. Dios dispuso finalmente que el hombre alcanzara su integridad social y psicológica no en solitario, sino en compañía (dicho entre paréntesis: argumento, por cierto, que vale muy poco o nada, como he expuesto en "Jesús y las mujeres").
También es conocido que el judaísmo pensaba y piensa que una de las formas de glorificar a Dios durante el descanso sabático es la práctica gozosa del sexo dentro del matrimonio precisamente ese día, y en honor a la fiesta y a Dios, que la ha establecido.
Existe una deliciosa historia de rabinos en la se narra lo siguiente: uno de ellos vivía en una casa comunal con patio, una suerte de “corrala” de vecinos. Se cuenta que el rabino practicaba el sexo con su mujer en sábado, como se aconsejaba. Pero como era muy supersticioso y creía que el acto conyugal era aprovechado por los demonios para posesionarse del cuerpo de las mujeres introduciéndose en ellas por medio de la abertura natural, cada vez que llegaba el día de fiesta hacía sonar fuerte y repetidamente, por toda la corrala, un cencerro de metal. Era tradición que el metal y su tañido –creencia recogida en el Testamento de Salomón- ahuyentaban a los diablos. “Ya está el rabino disponiéndose a acostarse con su mujer”, comentaban los vecinos.
El rabino no tenía la menor vergüenza en torno al ejercicio del sexo legítimo y publicaba a los cuatro vientos que iba a yacer con su esposa. Creo que tal anécdota sería impensable en el cristianismo. Ese reconocimiento público del sexo sería visto al menos como muy raro por la mayoría de los cristianos.
Seguiremos en la próxima postal
Saludos cordiales de de Antonio Piñero.
FI: PeriodistaDigital
Yungay Noticias.